La incertidumbre por la posible instauración de políticas migratorias más agresivas en Estados Unidos, de cara a las elecciones presidenciales del martes, intensificó las emociones de familias de migrantes que se reencontraron este sábado en un evento humanitario en plena frontera con México.
La reunión denominada «Abrazos, no muros», que se realiza cada año desde 2016 en el límite entre la mexicana Ciudad Juárez y la estadounidense El Paso, consiste en juntar a personas que por falta de documentación no pueden salir de Estados Unidos para volver a verse con sus familias.
La dinámica, organizada por la Red Fronteriza por los Derechos Humanos (BNHR, sigla en inglés), los congrega justo sobre la línea divisoria entre México y Estados Unidos para abrazarse durante tres minutos.
«Lo que nos preocupa es que se está prometiendo deportaciones aún más masivas (…). La separación de familias viene sucediendo desde ya hace tiempo, pero ahora se está prometiendo algo todavía más extremo», dijo Fernando García, director de BNHR.
El activista alude a una de las promesas de campaña del expresidente y hoy candidato republicano Donald Trump, quien ofrece realizar el «mayor esfuerzo de deportación en la historia de Estados Unidos», además de poner fin a programas de acogida a migrantes implementados en años recientes por Washington.
Sin anunciar medidas tan drásticas, la candidata demócrata, la vicepresidenta Kamala Harris, también plantea endurecer la política migratoria, considerada por los estadounidenses como uno de los mayores problemas nacionales, independientemente del partido que voten.
«La mala política fronteriza la han diseñado ambos partidos, entonces nosotros le estamos apostando a que va a entrar la razón y la dignidad a la discusión política», añadió García, mientras cientos de participantes se fundían en cálidos y emotivos abrazos.
Un momento intenso de la jornada fue el encuentro de una mujer que trabaja en Estados Unidos y que vive separada de su hijo de unos 12 años.
«¡Ay, mi hijo..! ¡Ay, perdóname, perdóname, chiquito, eres mi vida, eres mi corazón, perdóname!», dijo casi gritando y llorando desesperadamente, mientras abrazaba, besaba y acariciaba al niño, quien la miraba tembloroso y emocionado.
Para Mario Maturín, el reencuentro es con su hermano a quien no veía desde que hace 22 años cruzó la frontera para conseguir un empleo mejor pagado.
«Mucha emoción, tanto tiempo de no verlo, son sentimientos encontrados. Pues bendito Dios ya lo vimos y ya nos vamos felices», dijo Maturín, de 44 años.