Altagracia Gómez, empresaria y abogada que se volvió una presencia familiar en la campaña morenista, ha sido anunciada como cabeza de un consejo asesor empresarial de la presidenta Claudia Sheinbaum. Tendrá, pues, un rol específico en el entorno gubernamental.
Al impresionante palmarés de la joven jalisciense hay que agregar un contexto familiar donde la política no es ajena (su padre es Raymundo Gómez Flores, priista de antaño). Y con todo, creo que hay infundado entusiasmo con respecto a su participación en el próximo gobierno.
El anuncio del consejo asesor se formalizó el martes luego de que Sheinbaum participara en la Conferencia Monetaria Internacional, a donde acudió acompañada de Gómez y de Marcelo Ebrard, futuro secretario de Economía y político todo terreno donde los haya.
En este contexto, que Ebrard sea político es bueno y no tan bueno. Sin demérito de sus cualidades técnicas, el exjefe de Gobierno capitalino es esencialmente alguien que entiende el poder, y que sabe que los cargos son para ejercerlo, y eventualmente acrecentarlo.
Más poder se traduce, casi siempre, en mayor capacidad para sacarle al cargo todo el jugo posible. Por eso, lo lógico, lo esperable, es que Marcelo trate de acaparar y expandir al máximo el encargo que recibirá de Claudia Sheinbaum. Para bien y para mal.
Como referencia inmediata y a manera de ejemplo hay que decir que desde la Cancillería Ebrard fue clave para esa pasajera ilusión que fue el anuncio de una planta de Tesla en Nuevo León: ayudó con trámites y gestiones que uno hubiera pensado que correspondían a Economía.
Marcelo tiene sus propias ‘áreas de oportunidad’ (no pocas veces sus equipos son minados por grillas y grandes egos). Y su trayectoria tendrá que medirse con el menú de retos: nearshoring, nuevo presidente en Estados Unidos, renegociación T-MEC y dar certidumbre a la IP.
Por eso mismo, las agendas, los encargos, de Ebrard y Altagracia Gómez se van a encimar. Y el diseño institucional no permite abrigar falsas expectativas de que pueden convivir sin llegar a estorbarse o de plano caer en contradicciones y/o provocar confusión.
La chamba de Economía pasa por la interlocución con entes privados y públicos, con individuos y con gobiernos (locales y foráneos), gestiona trámites, evalúa proyectos, participa en regulación, busca sinergia institucional para sumar voluntades y desfacer entuertos.
Si hace bien su trabajo, el titular de Economía, máxime si es un político nato, tendrá proyección. Ebrard quiere eso. Por lo mismo querrá control total de esa agenda, tanto para cumplir el encargo como para cosechar eventuales recompensas electorales por ello.
Ayer en rueda de prensa Sheinbaum fue cuestionada sobre el encargo de Altagracia. Negó que se trate de sustituir al Consejo Coordinador Empresarial (que en efecto –opino– tendría que evaluar su relevancia en la nueva era), y dijo que su asesora trabajará pro bono y en coordinación, entre otros, con Marcelo.
No hay espacio para dos capitanes en la relocalización, e incluso en la búsqueda de que funcione el proyecto claudista de desarrollar nuevas regiones.
Hoy que se busca subrayar lo bueno de los anuncios del futuro gabinete podría decirse que Altagracia tiene algo que muy pocos tienen: el oído de Claudia, quien la considera “muy brillante” y altamente capaz. Y que no busca hueso hoy o en la lejana sucesión.
¿Cómo preservar a Gómez y su input directo al proyecto de Sheinbaum? ¿Cómo incorporar sus relaciones y capacidades de interlocución y al mismo tiempo evitar las grillas? Ni idea, pero exponerla a quedar atrapada en la lógica de la política no suena a la mejor de las opciones.