Estamos a las afueras de Pamplona, en el despacho del directivo de una empresa cualquiera. Nuestro hombre pide anonimato y posar a contraluz a cambio de conceder la entrevista. No se siente amenazado ni nada por el estilo. Simplemente, no quiere que la marca para la que trabaja aparezca en los medios asociados a la Trama Koldo.
Porque la vida de nuestro hombre dependió de un día de Koldo García Izaguirre. Este señor que hoy ronda los sesenta y que entonces tenía treinta era un diputado autonómico de UPN amenazado por Y.
El 14 de julio de 2001, los terroristas asesinaron en Leiza (Navarra) a un concejal de su partido, José Javier Múgica. Entonces, Interior movió ficha. Comenzó el servicio de escolta para los concejales y parlamentarios navarros. En esa tesitura, apareció Koldo.
Un político navarro cuenta a El Español cómo fue tener a Koldo de escolta en los tiempos de ETA
Un personaje “inelvidable”. Nuestro hombre tuvo varias escoltas. De muchos de ellos ha olvidado hasta el nombre, pero de Koldo recuerda un reguero de anécdotas que ahora vamos a ir desmigando. Todo esto ocurrió en apenas “dos o tres semanas”. Porque este político, preocupado por la “inseguridad” que le insuflaba su protector, tuvo que pedir que lo relevaran “y le mandaran a otro”.
Este navarro se dedicaba a la política porque era “su segunda afición”. No existía la norma de incompatibilidades, al contrario; para ganarse la vida, el parlamentario autonómico, a principios de los 2000, debía dedicarse a otra cosa.
Antes de conocer a Koldo, se protegía a sí mismo como podía. Les impartían cursos de seguridad para que aprendieran a variar sus rutas, a mirar debajo del coche, a entrar y salir de los sitios. Por paradójico que resulte hoy, iban pasando los años del plomo y todos estos parlamentarios de UPN y PSOE no tenían más protección que la de sus propias manos.
Cuando mataron a José Javier Múgica, les notificó que el Ministerio del Interior había contratado a una empresa de seguridad privada, cuyos vigilantes armados se iban a convertir en escoltas. Así llegó Koldo, en virtud de una “sustitución de fin de semana”.
El entrevistado fue diputado por UPN en el Parlamento de Navarra y tuvo a Koldo como escolta. Rodrigo Mínguez
La velocidad
“Calculo que sería el año 2002 o 2003. Uno de los primeros días que le tocó escoltarme, tenía yo una cena con amigos en el casco viejo de Pamplona. Le dije a Koldo que iba en mi coche y que me volvía en taxi por si tomaba alguna copa. Yo vivía en un pueblo a las afueras”.
Aquí empieza la primera aventura.
-¿Que Paso?
–Me dijo que no, que de ninguna manera, que iba a buscarme y que conducía él. Ante tanta insistencia, acepté. Me llevaba a una velocidad excesivamente alta. Le pedí que frenara y me contestó: “Es por temas de seguridad”. Por seguridad, íbamos tan rápido que sentí mucho peligro.
–¿Y bajó la velocidad?
–Sí, la reducción.
la barra
Misma noche, segunda aventura. Estamos en aquel bar del casco viejo. Hay muchas escoltas porque a la cena asisten, además de nuestro hombre, otros concejales y diputados del partido. Muchas veces, por la incomodidad que suponía pasear a ojos de la gente con toda la tropa de escoltas, quedaban en las casas. Pero ese día salieron. Eran jóvenes.
–Y entonces…
–Los escoltas tenían por costumbre quedarse en la puerta y, desde ahí, vigilar lo que ocurría dentro. Pero vi que Koldo se quedó solo dentro, en la barra, muy cerca de nosotros. Consumiendo alcohol y ligando.
-¿Vocación?
–Sí, sí, intentando ligar. Lo hizo más fines de semana. No me sentí seguro, pero tampoco cómodo. Mis compañeros miraban con asombro. Así que habló con el responsable de seguridad de mi partido y pedí que lo cambiaran.
–Un momento, un momento. Desde el punto de vista de la seguridad, tiene más sentido estar cerca del escoltado que en la puerta, ¿no? A algunos políticos, en aquel tiempo, los mataron dentro de los bares. Me viene a la cabeza Gregorio Ordoñez.
–A mí no me parecía mal que se quedara dentro. De hecho, se lo dije.
–¿Cómo fue la conversación?
–Cuando le recriminé que estaba dentro, me contestó eso, que lo hacía por mi seguridad. “Mis compañeros que hagan lo que quieran, pero yo tengo que estar cerca de usted”. Le respondí: “Vale, pero no consumiendo”. Contestó él: “No se preocupe”. Al fin de la semana siguiente hizo lo mismo. Además, ya no era solo que estuviera en la barra, es que estaba tan cerca que sentía que no tenía intimidad.
La entrevista tuvo lugar en el despacho de este empresario navarro. Rodrigo Mínguez
El puesto de Koldo era de riesgo. ETA asesinó con mucha frecuencia esos años. Nuestro entrevistado estaba directamente amenazado. Es decir, el peligro era concreto y nuestro hombre se tomaba la protección con severidad. Ese era el contexto.
Koldo y sus compañeros, según nuestro entrevistado, cobraban “más de 3.000 euros al mes”: “No los ganaba mucha gente ni entonces ni ahora”. De hecho, asegura que los escoltas solían cobrar más que los escoltados.
«El robo»
Tercera aventura. Estamos en una tienda de deportes enorme situada a orillas de Pamplona. El típico lugar al que acuden los pamploneses con frecuencia relativa.
–Llegó usted con Koldo.
-Si. Cuando fui a entrar, me dijo que se quedaba fuera. Yo no entendía nada. ¿Por qué entraba conmigo a los bares pero no a esa tienda? Me dijo: “Yo le espero aquí”. Me llamó mucho la atención, pero lo dejé pasar. Luego me enteré de lo que realmente ocurría.
-Decir.
–Le conté la anécdota a uno de los escoltas que me pusieron tras el cambio de Koldo. Me dijo que Koldo había trabajado en esa tienda y que le habían pillado robando. No quería entrar por eso.
En el coche
Cuarta aventura. Estamos en el coche. Conduce Koldo. Nuestro hombre va sentado detrás. Como la política es sólo una afición, una remuneración a base de dietas, tiene que aprovechar los viajes para hacer las llamadas que no ha podido hacer durante el pleno y las comisiones. Nuestro hombre está incómodo. Siente que Koldo pega la oreja.
–¿Cómo que pega la oreja?
–Sí, sí. Generalmente, con otras escoltas, yo no tuve problemas para hacer llamadas de trabajo en el coche. Con Koldo, en cambio, no me sentía con esa confianza. No sé, lo veía como intentando escuchar.
–Duró muy poco la relación. Apenas intimaron ustedes.
–Tampoco es que Koldo me pareciera muy conversador. Era un tipo algo oscuro. Bueno, una vez me contó que le habían amputado dos o tres dedos de un pie por culpa de una gangrena o una infección. Lo recuerdo como si fuera ayer: es un hombre grande, imponente, que infunde respeto.
Las peripecias de Koldo escoltando a nuestro entrevistado duraron “dos o tres semanas”. A partir de ahí, el que luego sería asesor de José Luis Ábalos comenzó su propia vida política. Y lo hizo en el PSOE.
“Todos nosotros, en UPN, lo teníamos fichado. Los escoltas, en aquel tiempo, eran la novedad. Si tenías uno malo, lo comentabas rápidamente para que tu compañero pudiera pedir un cambio si se lo asignaban”, relata.
El ascenso
Koldo se afilia al PSOE. Según nuestro entrevistado, llegó a ser “jefe de seguridad de la sede del partido en Navarra”, la del céntrico Paseo Sarasate. “Relegaron al que había para ponerlo a él”. También fue concejal en Huarte, un pueblecito de las afueras de Pamplona; y primer suplente en la lista de los socialistas al Parlamento de Navarra.
Nuestro hombre había dejado la política, pero la política es un gusanillo que no se puede matar. Así que seguía las noticias y, cuando vio el nombre de Koldo en algún lado, le llamó la atención. Aunque Koldo apenas apareció en los periódicos. Si aparecía en alguna parte era esos papeles que sólo consultan políticos y expolíticos.
Hasta que un día, pasados los años, ¡zas! Nuestro hombre pone la tele y se topa con Koldo detrás del todopoderoso Ábalos: secretario de Organización del PSOE y ministro de Transportes. “¡No daba crédito! ¡Pero qué hacía Koldo ahí!”.
Preguntó y se enteró de lo que nos hemos enterado ahora todos: Koldo, en Navarra, se hizo íntimo de Santos Cerdán, el hoy secretario de Organización que a su vez era íntimo de Ábalos. Él fue quien lo llevó a Madrid. Koldo cayó en gracia porque le gustó a Ábalos y también a Sánchez, que le confió la vigilancia de sus avales. Lo hizo noche y día. Lo cuenta el propio Sánchez en su “Manual de resistencia”.
“Ya nunca he vuelto a hablar con Koldo. Bueno, unos sanfermines sí nos saludamos. De hecho, la última vez que lo vi fue en la Plaza de Toros, pero ese día no lo saludé porque creo que ni me vio. Iba con Ábalos y un séquito tremendo”, dice el entrevistado.
–Fue una verdadera sorpresa lo de su ascenso.
–Totalmente. En un pestañeo, aquel hombre que habíamos conocido y que no era el más listo de la clase se había convertido en consejero de Renfe. No es cualquier cosa. Lo comentamos entre los amigos de aquella época: ¿cómo ha podido ocurrir? Me parece absolutamente increíble.
–Imagino que lee con interés las noticias en relación a Koldo. ¿Cree que era la cabecilla de la trama o que esto va a llegar más arriba?
–Como le he dicho, Koldo no era el más listo de la clase. Era un bien mandado. No puede ser el cerebro de toda esta trama de corrupción. Koldo sólo es la punta del iceberg.