Salud
Decía Milton Friedman con algo de humor que el camino para recomponer los Congresos no era elegir mejores personas –¿sería posible elegir un Congreso solamente configurado por ciudadanos correctos?–, sino hacer políticamente rentable para los congresistas tomar decisiones correctas. Esas palabras deberían ser recordadas en Colombia, ahora que el país enfrenta un espectáculo cuyos protagonistas son un grupo de congresistas que podrían apoyar una reforma de la salud con la que muy poca coincidencia ideológica tienen en realidad.
Hoy el país entero habla de la reforma de la salud y de los preocupantes cambios que el Gobierno plantea desde cálculos alegres, pero menos se habla de la responsabilidad de los congresistas que por poco más que cálculos políticos y burocráticos resultan apoyando tal despropósito. Muy claramente se vio en la Cámara de Representantes, donde a último minuto varios congresistas de partidos tradicionales estuvieron dispuestos y listos para dar su voto a favor de una reforma impopular que no busca otra cosa que desmontar uno de los mayores logros en materia de política social en la historia de Colombia. Esto deja muchas preguntas sobre la mesa, si volvemos al argumento de Friedman sobre las motivaciones de algunos miembros del Congreso.
Es un hecho que el futuro de nuestro sistema de salud está literalmente en manos de algunos dirigentes que han preferido tener algo de participación en el Gobierno antes que mostrar coherencia o defender un sistema tan valioso para toda la ciudadanía. Todos sabemos con certeza que se trata de una reforma que devolverá el manejo de recursos de la salud a las manos de los políticos y que esto debe tener a muchos dirigentes pensando en términos de dinero y en cómo aceitar sus estructuras regionales, pero poco en el bienestar de millones de colombianos. A pesar de no coincidir ideológicamente en lo más mínimo con el objetivo de la reforma, muchos políticos regionales están felices con la posibilidad de controlar nuevos fortines burocráticos.
Es tiempo de que desde la ciudadanía hablemos sobre la responsabilidad política y las motivaciones de algunos congresistas para apoyar de manera repentina un proyecto tan riesgoso
Pero recordando a Friedman, lo que no tienen en cuenta los congresistas que siguen manteniendo sus posturas frente a la reforma con un premeditado misterio es que las consecuencias de apoyar un proyecto tan impopular son verdaderamente altas, tanto para el país como para sus agendas electorales individuales. Por mucha burocracia que exista de por medio, no parece ser una decisión lógica, y mucho menos sensata para el futuro del país. Por abundantes que sean las mieles de uno o dos años dentro de la gracia burocrática del Gobierno, jamás podrán contrarrestar el desprestigio político al que quedarán vinculados quienes apoyen el desmonte de un sistema que funciona y que puede ser empeorado realmente.
Por eso, desde la ciudadanía debemos hablarles a los congresistas en cuyas manos reposa la estabilidad de un sistema que protege las vidas de millones de personas. Especialmente debemos dirigirnos a aquellos senadores de los partidos Conservador, Liberal y ‘la U’, quienes en poco o nada coinciden en una perspectiva ideológica –¿la han tenido alguna vez?– con la mirada estatista de la prestación de la salud que plantea el Gobierno. ¿Tendrán claro que más allá del egoísmo de sus cálculos están poniendo en riesgo el acceso a la salud de millones de personas?
Es que lo verdaderamente inédito, y a todas luces increíble de este debate todavía incierto, es que los congresistas que terminarían aprobando semejante reforma no son los líderes de izquierda que desde hace tiempo proponen la prestación de servicios por parte del Estado, sino dirigentes de partidos tradicionales a los que esa misma izquierda ha visto durante décadas como un rival por vencer. Da muchas vueltas la vida y hoy quienes antes eran percibidos como enemigos políticos parecen estar a punto de lanzar un salvavidas que desde una mirada ideológica hubiera resultado totalmente improbable hasta hace poco.
Lo que no calculan es que un desastre tan grande como el desmonte del sistema de salud y la apuesta por una reinvención llena de retrocesos puede traer un inmenso descrédito y una rotunda pérdida de popularidad. Y no hay burocracia suficiente para contrarrestar la complicidad con la destrucción de un sistema que ha beneficiado a tantas personas, así muchos insistan en negar sus logros. Ahora que tanto se habla de los vacíos enormes de la reforma de la salud, es tiempo de que desde la ciudadanía hablemos sobre la responsabilidad política y las motivaciones de algunos congresistas para apoyar de manera repentina un proyecto tan riesgoso con el que políticamente no tienen la más mínima coincidencia.
FERNANDO POSADA