Las crónicas del 11 de noviembre de 2017 daban cuenta de un encuentro discreto, pero por todos esperado, entre Andrés Manuel López Obrador y Ricardo Monreal. Hay versiones de que los dos políticos platicaron el día anterior, un viernes, en una camioneta durante un trayecto entre San Luis Potosí y Querétaro, región donde ambos hacían trabajo proselitista. Algunos añadieron que López Obrador pidió detener el vehículo en algún punto de la carretera, en un descampado, e invitó a Monreal a caminar juntos, y que fueron vistos hacerse cada vez más pequeños, rumbo al sol. El propio Monreal (Zacatecas, 62 años) quitaría literatura a las crónicas al contar días después que la charla sucedió en un domicilio sin testigos. Cualquiera que haya sido el escenario de fondo, fue el sitio de una Operación Cicatriz orquestada por López Obrador para impedir que el hoy senador cumpliera su amenaza de abandonar el movimiento. El gesto del líder de ir a buscarlo para pedirle que se quedara, y la promesa de darle otro cargo, tuvo efecto en el rebelde. Casi seis años después, el presidente ha vuelto a apagar otro fuego de Monreal.

A finales de 2017 López Obrador se preparaba para la candidatura presidencial por Morena, partido que fundó y que le sirvió de plataforma para triunfar en julio de 2018. Monreal, compañero de muchos años de militancia, había sufrido un desaire meses atrás, cuando la dirigencia del partido, que él ayudó a constituir, le negó la candidatura al Gobierno de Ciudad de México y se la otorgó a Claudia Sheinbaum tras el levantamiento de una encuesta opaca y cuestionada. Monreal protestó, pidió reponer el ejercicio y después amagó con marcharse a otro partido para disputar a Sheinbaum la capital en las urnas. “Parte de mi relación con Morena quedó entre los escombros”, dijo por entonces. Duró tres meses el tira y afloja de Monreal. La división en la ciudad representaba un enorme riesgo para los planes de López Obrador. Cuando el líder tomó la decisión de intervenir en el conflicto, le pidió a Monreal olvidarse de la candidatura al Gobierno capitalino y le ofreció convertirlo en su secretario de Gobernación o en dirigente del partido. A toro pasado, ha quedado claro que Monreal tenía en mente otra aspiración: ser el líder de la bancada de Morena en el Senado durante todo el sexenio.

En la primera mitad del Gobierno de López Obrador la relación de ambos fue muy buena. Monreal solía visitar al presidente en Palacio Nacional una vez al mes para desayunar juntos y ponerse al día. Pero el vínculo se deterioró, ninguno ha explicado el porqué, al grado de que en los últimos dos años dejó de haber comunicación directa entre ambos y solo se enviaban mensajes a través de la Secretaría de Gobernación, según contó Monreal en una entrevista reciente con Grupo Fórmula. Monreal dejó de ver a López Obrador, dejó de platicar con él. El mandatario, que ejerce el principio de que lo que se nombra existe, solía hablar bien de todos los aspirantes a sucederlo en la Presidencia: Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno, es mi hermana, decía. El secretario de Gobernación, Adán Augusto López: mi hermano. El canciller Marcelo Ebrard: mi hermano. A Monreal no lo mencionaba siquiera.

Aunque López Obrador aseguraba que no había favoritos en la contienda interna, uno de ellos se vio excluido de la foto familiar y percibió el suelo disparejo. Monreal también denunció que el partido se estaba cargando a favor de Sheinbaum. Con los suyos cerrándole las puertas, el líder de la mayoría oficialista en el Senado comenzó a explorar a finales de 2022 la posibilidad de renunciar a Morena y volverse candidato presidencial de los partidos de oposición. Cinco años tardó en repetirse la historia. Lejos de intentar subsanar sus diferencias, López Obrador atizó el fuego: en diciembre convocó a Palacio Nacional a los diputados y senadores de Morena y sus aliados del Partido Verde y el Partido del Trabajo, menos a Monreal, que de hecho no se sorprendió del gesto del presidente. Lo raro hubiera sido lo contrario.

Por eso dudó mucho cuando el secretario Adán Augusto le dijo la semana pasada que López Obrador lo estaba invitando a Palacio Nacional, junto con el resto de los senadores del movimiento obradorista, tras dos años de distanciamiento. Tuvo una mala corazonada. Pensó que “era ya el fin”. “Creía que podría suceder cualquier cosa en esa reunión”, contó Monreal días después. Cuando llegó al acceso de Palacio Nacional, pensó que su nombre no estaría en la lista. Pero sí estaba. Y cuando entró al salón donde sería la reunión y vio que los cuatro aspirantes se sentarían junto al presidente, pensó que a él le tocaría hasta el rincón. Pero López Obrador lo puso a su lado izquierdo, y junto a Monreal quedó Sheinbaum. El mandatario le hablaba con gestos.

En la reunión, López Obrador pidió acelerar la definición de la candidatura en Morena y llamó a que el partido se mantuviera unido y fuerte en el último año de su sexenio. Si el presidente quería unidad, tenía que mostrarla él mismo con Monreal. Cuando daba su discurso, por momentos, volteaba a verlo, le palmeaba la espalda, según contó el senador. En algún instante que tuvieron a solas, el mandatario le preguntó por su familia. Para Monreal, los dos años de separación se contrajeron, como si el tiempo no hubiera transcurrido, relató. El legislador salió reconstituido de esa reunión. López Obrador no solo había nivelado el suelo de la contienda interna y respaldado su liderazgo en el Senado. Sobre todo, lo volvía a reconocer.

Monreal estaba feliz y no lo ocultaría. Comenzó a decir en las entrevistas que se había inaugurado una “nueva etapa” en su relación con el presidente, habló de un “reencuentro”, dijo que se sintió “afortunado”. “La verdad es que sentí respaldo, el aprecio, el cariño del presidente, y yo le correspondí en ese mismo sentido”, contó. “Su gesto deferente y amable, después de dos años, me hace responder con la misma actitud. Nobleza obliga”, dijo. El gesto de respeto de López Obrador hacia él tuvo un efecto tan grande que le hizo cambiar radicalmente su actitud en la lucha interna por la sucesión. Monreal dijo que aceptaría el resultado de la encuesta: “Si Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard o Adán Augusto ganan la elección interna, sí les voy a levantar la mano, porque deseo que, si la gano yo, también hagan lo propio ellos”. Dijo que estaba enterrada la opción de irse a otro partido: “No hay ninguna posibilidad”. Dijo que por el presidente renunciaría a ser candidato: “Nunca voy a traicionar al licenciado López Obrador. Prefiero no ser nada, prefiero no participar en nada, antes de traicionar al presidente de la República”.

El periodista Joaquín López-Dóriga le cuestionó a Monreal por qué describía su reconciliación con López Obrador en términos cristianos: ¿“Y una palabra tuya bastará para sanar mi alma”? ¿Algo así?, le preguntó el periodista. “No. Soy un hombre de fe, pero no”, respondió Monreal. En efecto, aunque ha vuelto al rebaño con las demás corcholatas; aunque le importan tanto los gestos del presidente, no lo pueden ser todo para él. Hace seis años aseguraba que su objetivo era la candidatura a jefe de Gobierno capitalino y que no perseguiría ninguna otra posición. Terminó aceptando ser coordinador de Morena en el Senado. Esta semana ha insistido en que su único deseo, y no otro, es ser candidato a la Presidencia de la República. Pero también, cuando le han preguntado si como plan B aceptaría ir de abanderado por la jefatura de Gobierno, Monreal ha dicho que no, pero que “en la política nunca se descarta nada”. Y ha resumido así sus 45 años de trayectoria: “Mi experiencia política siempre me dice que no sea contundente ni fatal en mis decisiones”.

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