Una chica escuchando el discurso en su celular mientras respondía preguntas de clientes que entraban una y otra vez al local para preguntarle en cuántas cuotas se podían pagar los zapatos y sandalias exhibidos en las vidrieras.
Una mujer que tenía, escondida detrás de la caja del mostrador de su localcito de venta de fundas para celulares, su teléfono con el mismo discurso pero escuchó con auriculares.
Una familia con un nene chiquito esperando al borde de la escalera mecánica de un shopping. para no perder la señal que les permitía seguir lo que decía el nuevo presidente.
Dos empleados de un supermercado que, en su escapada a la vereda para fumar, compartían una pequeña pantalla para no perderse la cadena nacional callejera que se armó para recibir -en tiempos de streaming- para escuchar lo que tenía para decirles a Javier Milei desde las escalinatas del Congreso de la Nación.
Está claro que ninguna de esas personas tenían la obligación de dedicar una parte de su jornada dominguera de trabajo o de paseo en Villa Devoto a seguir las palabras del nuevo presidente desde el barrio de Congreso, pero esa dedicación habla bastante de un costado poco comentado del ascenso de Milei. El libertario trae otro discurso y otro panteón de héroes nacionales pero, sobre todo, trae otra gente a la política.
Eso ya ocurrió con otros presidentes: lo hicieron Alfonsín, Menem, Néstor y Cristina Kirchner y Macri. todos ellos le hablaron a una porción de la sociedad que estaba siendo desatendida en ese momento y que fueron incorporados a la discusión política con esa invitación.
Esta vez, Milei renueva el relato presidencial con el rescate de políticos olvidados o críticos y, sobre todo, con la inclusión de la promesa directa y repetitiva del ajuste. No es la primera vez que el discurso político echa mano a la épica del sacrificio e invita a los ciudadanos a una gesta delorosa que tendrá un final feliz que será más celebrado incluso porque recordará los padecimientos necesarios para conseguirlo. Ya en 1985 Raúl Alfonsín habló en la Plaza de Mayo de una «economía de guerra» e invitó a quienes lo escuchaban a que «sacaran sus propias conclusiones». Sin embargo, esa misma promesa trae con Milei una novedad mucho mayor: cuando Milei dice «no hay plata» la gente lo aplaude. Una y otra vez.
Hay que tratar de entender qué es lo que se aplaude. La explicación más rápida es que cuando Milei dice «no hay plata» el interlocutor entiende que se refiere a que «no hay plata» para los políticos, para los ñoquis o para personas que viven sin trabajar. El ajuste es el otropara decirlo de otra manera.
La otra explicación supone un triunfo total de Milei. Supone que el discurso del economista ortodoxo efectivamente prendió en la sociedad y que todos entienden que si no hay plata no habrá emisión monetaria y no habrá inflación. Supone que todos consideran que es más beneficioso para todos soportar un tiempo de inflación más alto que la de hoy y meses de recesión para evitar inflaciones futuras. Supone que todos saben que la poca plata del estado de hoy se transformará en más plata para las empresas y familias en el futuro.
No es posible saber hoy cuál de esas explicaciones es la correcta. Habrá que esperar a que el relato comience a volverse realidad.