Por experiencia propia, sé lo mucho que en ciertos ámbitos se sobrevalora el hecho de mantenerse ocupado. Me consta que en algunos entornos, en los que erróneamente se asocia la actividad con la productividad, está muy mal visto que alguien se dedique un rato a la contemplación, a la observación del horizonte, a la introspección o al ensimismamiento. Por eso me gustó mucho un artículo que encontré el sábado pasado en este periódico, y que tanto madres como padres deberían no solo leer sino subrayarlo, guardarlo o, incluso, pegarlo en la puerta de la nevera y consultarlo con frecuencia. Aunque es un reportaje sobre educación, que toca temas que de uno u otro modo nos atañen a todos los que tenemos hijos, en realidad se trata de un llamado más que oportuno en esta época del año, y cuyo título lo dice todo: “Las vacaciones son para el ocio, no para sobrecargar a los niños”.
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Yo sé que muchos no van a estar de acuerdo conmigo, pero en pleno siglo XXI, después de todo lo que se supone que la sociedad ha avanzado en temas de pedagogía, crianza y demás, me cuesta trabajo entender de dónde sale esa obsesión de tantos “papitos y mamitas” por tener a los hijos siempre ocupados. Y hago énfasis a esta época de la historia, porque, a estas alturas del partido, esa atávica fijación de los adultos contra la pereza o el ocio ya está mandada a recoger. De hecho, recuerdo que mi padrino –que nació a comienzos del siglo pasado y murió a finales del mismo–, contaba que cuando su papá lo encontraba sin hacer nada, mezclaba un kilo de fríjoles con un kilo de maíz, y luego ponía a mi padrino a separar los granos y a empacarlos en bolsas diferentes. De ese calibre era la paranoia con la supuesta pérdida del tiempo.
Aunque hoy en día esa anécdota parezca traída de los cabellos, lo cierto es que, pasados tantos y tantos años, todavía hay papás y mamás que entran en estado de choque cuando sus hijos tienen su pausa académica, olvidando que, como bien lo señala en el citado artículo la terapeuta de familia Sara Espitia, “ellos ya cumplieron con sus actividades escolares, que para su edad y momento de desarrollo ya son lo suficientemente desafiantes” y que además “merecen un descanso y aprovechar al máximo esos años de infancia que no van a volver”.
En un mundo en el que la tecnología dizque nos iba a hacer la vida más fácil, lo que ha ocurrido ha sido todo lo contrario, y cada vez tenemos menos tiempo libre.
Si bien el citado reportaje contiene recomendaciones para llenar el tiempo de los pequeños en estos días o semanas de asueto, manteniendo o buscando un equilibrio entre el descanso y algunas actividades familiares o personales, me pareció muy pertinente la alusión que hace al hecho de aburrirse, que, lejos de ser un problema, puede ser una forma de estimular la imaginación; efecto del que también podemos beneficiarnos los adultos.
Curiosamente, en un mundo en el que la tecnología dizque nos iba a hacer la vida más fácil, lo que ha ocurrido ha sido todo lo contrario, pues cada vez tenemos menos tiempo libre. La revisión de correos, los grupos de chats, las redes sociales, las reuniones virtuales y las tareas que nos exige el trabajo, o que nos autoimponemos por cuenta de la conectividad permanente, no nos dejan un minuto para disfrutar de algo tan elemental como no hacer nada. Y lo más grave es que en muchos casos esa hiperactividad se la terminamos contagiando a nuestros hijos, voluntaria o involuntariamente, sin tener en cuenta la comprobada importancia del tiempo libre, del sagrado derecho al ocio; incluso cuando no estamos en vacaciones.
¿No será bueno quitar el pie del acelerador? ¿Qué tal si, en lugar de seguir al servicio de la tecnología, ponemos la tecnología al servicio nuestro, y aprovechamos un rato al día para no hacer nada, para sentarnos en una silla con las manos entrelazadas en la nuca, mientras contemplamos el cielo?
Créanme: no es un crimen.
VLADDUS
puntoyaparte@vladdo.com
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