El economista francés Frédéric Bastiat dilucidó, en 1850, por qué este tipo de razonamientos son falaces. A su vez, las reflexiones de Bastiat fueron popularizadas, en 1946, por el periodista e intelectual público norteamericano Henry Hazlitt. Basado en las ideas de Bastiat, Hazlitt denominó a ese razonamiento “falacia de la ventana rota”.
Supongamos que es nuestro cumpleaños y organizamos una gran celebración en nuestro hogar. Invitamos a nuestros familiares y amigos, y también a sus hijos pequeños. Imaginemos que el hijo de un amigo rompe, accidentalmente, el vidrio de una de nuestras ventanas.
Nuestro amigo se ofrece inmediatamente a pagar por un vidrio nuevo. Sin embargo, sabemos que fue un accidente, así que le decimos que ello no es necesario, que no se angustie y que siga disfrutando de la celebración.
La mala noticia, entonces, es que necesitamos comprar un vidrio nuevo para nuestra ventana. Cuando estamos despidiendo a los invitados, sin embargo, un familiar se nos acerca y nos dice que no todas son malas noticias: “todos tenemos que trabajar para vivir; este tipo de accidentes son necesarios para que la gente pueda trabajar; ¿De qué vivirían los vidrieros si nunca se rompiera ningún vidrio?”.
Bastiat argumenta que esta falacia consiste en enfocarse en lo que se ve y pasar por alto lo que no se ve. Lo que se ve es que el vidriero tiene más trabajo, por lo que ganará más dinero. Entonces, alguien puede pensar que la persona que rompió nuestra ventana creó puestos de trabajo.
Pero lo que no se ve es que, dado que gastamos, digamos, 50 mil pesos en un nuevo vidrio, no podemos gastar este dinero en un bien diferente; por ejemplo, zapatos o un libro. Lo que no se ve es que, si no hubiéramos tenido que reemplazar el vidrio, podríamos haber beneficiado ya sea al zapatero o al librero, oa cualquier otra persona que ofrezca bienes o servicios en el mercado.
En otras palabras, como alguien rompió el vidrio de nuestra ventana, la industria del vidrio se ve estimulada. Ello es lo que se ve. Pero si no hubiera ocurrido el accidente, podría haber estimulado cualquier otra industria, y perdimos esa oportunidad. Ello es lo que no se ve. Éste es el costo de oportunidad de comprar un vidrio nuevo: lo que habríamos hecho con el dinero.
Si no ignoramos este costo oculto, podemos entender que la economía no está mejor porque alguien haya roto un vidrio. Comparamos ambos escenarios. En el primer escenario, donde ocurrió el accidente, compramos un vidrio nuevo y podemos disfrutar del beneficio de una ventana ni más ni menos que antes del accidente.
En cambio, en el segundo escenario, donde no ocurrió el accidente, podemos usar el dinero para comprar, por ejemplo, zapatos, y tenemos el beneficio de un par de zapatos y de una ventana intacta.
Bastiat explica que la falacia de la ventana rota subyace a muchos argumentos en el campo de la política; por ejemplo, argumentos a favor de aumentar el gasto. Muchos piensan que elevar la tasa impositiva puede estimular el empleo dado que el Estado puede contratar más empleados (personal administrativo, altos funcionarios o profesionales que se dedican a la obra pública, entre otros).
Estos nuevos empleos son los beneficios visibles; lo que es visto. Lo que no es visto es que, si esos impuestos no hubieran existido, las personas podrían haber usado tal dinero para comprar otros bienes y crear otros empleos en el sector privado.
Deben aclararse que el argumento de Bastiat no es una defensa del anarquismo. El autor no propone derogar todos los impuestos y abolir la institución del Estado. Él reconoce que algunos impuestos son necesarios para financiar servicios y bienes públicos. Su punto es que, a la hora de justificar el cobro de impuestos, debemos apelar a argumentos que muestren por qué lo que se financiará con ese dinero es importante para la sociedad.
Bastiat no pretende criticar estos argumentos, sino la idea de que los impuestos son buenos tan solo porque permiten al gobierno contratar más empleados; la creencia de que el gobierno puede estimular el empleo aumentando la remuneración y el gasto.
Esta creencia ignora que los ciudadanos habrían podido usar su dinero para otros fines, creando otros puestos de trabajo. Cuando evaluamos toda la situación, es falso que el empleo haya sido estimulado: hay gente que tiene más trabajo en el sector público (ello es lo que se ve), pero gente que tiene menos trabajo en el sector privado (lo que no se ve). ).
En conclusión, la idea popular de que el Estado puede estimular el empleo es políticamente persuasiva, pero lejos de ser obvia desde una perspectiva económica.
Ezequiel Spector es Director de la Maestría en Filosofía, Economía y Política (Universidad Adolfo Ibáñez), Chile